viernes, 30 de enero de 2009

La guerra en el siglo XXI



En una guerra no hay ni buenos ni malos. En una guerra sólo hay muerte y dolor. En una guerra, la línea divisoria entre víctimas y victimarios es tan frágil como la moral de quien ha visto morir a un hermano y es tan fuerte como el odio macerado por los años.
El horror de una guerra sólo lo puede comprender quien la ha vivido. La desgracia de dos pueblos enfrentados desde casi cien años no puede asimilarse con el sumario del telediario matutino, ni tampoco buscando en wikipedia “conflicto árabe-israelí”. La situación que se vive en Gaza es resultado de un largo proceso de guerras, conflictos y negociaciones fallidas; peor aún es sólo un capítulo en una larga lucha que parece continuar y que sólo empezará a solucionarse el día que la razón triunfe sobre el egoísmo. En un mundo que se vanagloria de sus adelantos tecnológicos, sus obras maestras, grandes construcciones, la globalización… resulta vergonzoso que aún busquemos en la guerra una manera de hacernos escuchar y de sobreponer nuestras ideas a las del enemigo. Se desata un conflicto armado y enseguida oímos a todo el que tenga un micrófono en la mano ponerse a favor de uno de los dos bandos; el más crítico sale con una estrella de David en la mano o con una kufiyya en la cabeza; se buscan culpables, excusas, estrategias militares y no se entiende de una buena vez que allí, a miles de kilómetros están muriendo seres humanos, y que la única forma de salvarlos es abogando por la paz. La paz, una palabra tan corta pero que nos queda tan grande. Dejemos de politizar para nuestro propio beneficio, una guerra que ni siquiera entendemos, porque no se trata de un conflicto entre PP y PSOE, ni un enfrentamiento entre conservadores y progresitas, pro-yankees o izquierdistas; se trata de la muerte de miles de niños tan pequeños, tan frágiles, tan débiles; utilizados como carne de cañón, sangre derramada por el poder político, o militar, o territorial, o nuclear ya no sabemos; los asesinaron unos y otros dejaron que lo hicieran. Todos somos culpables.

Lo que Afganistán necesita

Es lamentable que sólo cuando ocurre una tragedia como la del domingo, recordemos en los países occidentales- civilizados y modernos- que en otras partes del mundo la barbarie y la violencia siguen esclavizando a millones de personas. España como una de las potencias mundiales, y miembro de la OTAN, se ha comprometido con otros 36 países para mantener la ISAF (Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad por sus siglas en inglés), una misión que tiene como objetivo la reconstrucción y estabilización de Afganistán. Desde la caída del Régimen Talibán en Kabul, han muerto 4000 personas y según comandantes de la OTAN la violencia ha aumentado en un 40% en los últimos meses; han pasado siete años y el propósito de la ISAF se ve cada vez más lejano. La situación es cada vez más desesperanzadora y los 72.000 soldados que tan valientemente se encuentra en Afganistán para defender sus valores de libertad y democracia, no se dan abasto. Está claro que sí se debe exigir un cambio de estrategia en Afganistán, pero España por su parte debe replantearse su papel dentro de la ISAF. Según declaró la viuda del cabo primero Rubén Alonso Ríos “Cuando le ofrecieron la misión se la pintaron más bonita de lo que era”. Mientras en Afganistán se vive una sangrienta lucha armada, el Gobierno se empeña en decir que las fuerzas españolas están en una misión de paz, cooperando en la pacificación de Afganistán; pero todos estos son eufemismos para no reconocer que lo que allí se vive es una guerra, porque en esta larga cadena de acusaciones entre la derecha y la izquierda, a algunos no les conviene decir que no sólo Aznar va a la guerra. Ya sea por su posición dentro de la OTAN, o por el bien de sus relaciones con EEUU, a España no puede retirar sus tropas de Afganistán; pero lo que tampoco puede hacer es enviar a unas cuantas tropas para “cumplir” con su compromiso y desentenderse del mismo. No se puede mantener eternamente a un grupo de valientes en una guerra sólo para mantener la imagen de la OTAN. Este proceso exige más compromiso de sus miembros y consecuentemente de España, o hace lo que tiene que hacer, o mejor retira sus tropas.